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Trabajo comunitario de la UAM, motor de cambio

A través de proyectos interdisciplinarios se fortalece el vínculo entre la academia y las comunidades del sur del país


Alejandro Espinoza Sánchez

En un país tan vasto y complejo como México, el compromiso de las casas de estudio públicas con las comunidades históricamente marginadas adquiere un carácter vital; por ello, la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), consciente de su papel social, ha construido un modelo de intervención y colaboración que rebasa los límites de la asistencia y se adentra en la transformación conjunta, afirmó el doctor Jesús Manuel Ramos García, investigador en la Unidad Azcapotzalco.

El profesor, comprometido con los procesos de vida y desarrollo comunitario en Oaxaca, Puebla y Chiapas, apuntó que este trabajo comenzó con una pregunta crítica al interior de la academia: ¿estamos formando profesionales que comprendan la diversidad social y cultural de México?

El primer impulso para vincularse con comunidades del sur de México surgió al analizar y cuestionar los planes y programas de estudio de la Institución. “Nos dimos cuenta de que no estábamos considerando otras formas de vida, de pensar, de organización y de hacer economía; estábamos dejando fuera a personas y sus saberes que, aunque no formales para algunos, son fundamentales para entender el país.

“Todo comenzó al revisar los planes de estudio y darnos cuenta de que no atendíamos otras formas de vida y organización social”; esa inquietud se transformó en acción: se fortalecieron líneas de investigación en torno a economías comunitarias, gestión y administración social, territorialidad, gobernanza local y conocimientos indígenas. “Lo que en principio era una crítica curricular se volvió una plataforma activa de transformación”, señaló en entrevista.

“Las comunidades plantearon sus necesidades y problemáticas; buscaban aliados que no impusieran modelos externos, sino que caminaran con ellas. Nos dimos cuenta de que muchos de sus saberes no habían sido observados y comprendidos, sistematizados ni reconocidos de manera académica. Lo más grave: quienes investigaban sobre ellos solían ser externos que extraían información sin devolver procesos”.

Así surgió una manera distinta de concebir y hacer universidad, con diagnósticos participativos, convivencia en territorio y naturaleza, respeto a las autoridades comunales y locales, y construcción compartida de sabiduría. “No llegamos a enseñar, sino a aprender y trabajar desde lo que ya existe, además de coconstruir”.

Lo distintivo

A diferencia de intervenciones externas que extraen información sin retorno, el enfoque que plantea la Casa abierta al tiempo es radicalmente distinto: escuchar antes que proponer, construir junto con las colectividades y reconocerlas como productoras legítimas de conocimiento.

“No somos investigadores ajenos al territorio. Vamos, nos quedamos, compartimos la vida cotidiana. No hacemos propuestas sin antes escuchar. Sobre todo, no llegamos a imponer, sino a aprender”, explicó el académico del Departamento de Administración.

Uno de los grandes aportes ha sido visibilizar otras racionalidades de vida, de organización, de economía y de gobierno, entre otras. A través de iniciativas en Puebla, Yucatán, Veracruz y el sur de la Ciudad de México, el equipo encabezado por el doctor Ramos García ha impulsado cadenas cortas de comercialización y distribución, prácticas de consumo justo y sustentable, así como redes de economía solidaria y de saberes colectivos por encima de lo individual.

“Esta labor ha influido en la docencia y la oferta académica de varias licenciaturas: Administración, presencial y modalidad semipresencial, que se imparte en conjunto en las unidades de Azcapotzalco y Lerma; Diseño de Proyectos Sustentables que es interdivisional en la sede Azcapotzalco; en Inteligencia Artificial, que trabajamos en forma interdivisional en el referido campus; está en proceso de creación  la Licenciatura en Economía Social y Solidaria, interunidades, que responde a esta necesidad de profesionalizar para el mejor funcionamiento, formas y modelos comunitarios desde su propia lógica y contextos; también colaboramos con posgrados en Estudios Organizacionales, Economía, Ingeniería y Ciencias de la Salud, construyendo enfoques multidisciplinarios desde abajo”, destacó.

El impacto es evidente en comunidades que se organizan a partir de sus necesidades con mayor autonomía, que registran proyectos y marcas colectivas, que usan tecnologías para posicionar sus productos sin renunciar a su identidad cultural.

Al hablar de la ética del trabajo comunitario, enfatizó “tenemos muy claro que no queremos reproducir lógicas asistencialistas, en virtud de que el enfoque parte de la Economía Social y Solidaria (ESS), donde ellos y ellas, junto con la naturaleza, sean los protagonistas de su propio desarrollo”.

Para garantizar sostenibilidad, los equipos no sólo hacen investigación, ofrecen cursos de formación, talleres de identidad y herramientas que permiten a las comunidades continuar su camino incluso cuando la Universidad se retira en forma física.

Proyectos

Las iniciativas efectuadas abarcan diversas regiones y disciplinas. Una de ellas consistió en mapear y fortalecer circuitos económicos solidarios de productos derivados de la miel de la abeja melipona en Veracruz, Yucatán y Puebla; otro, más reciente, se centró en diseñar formas de consumo justo y local, y comercialización y difusión desde las propias necesidades de las colectividades del Estado de México.

Además, se trabaja en la creación de polos de desarrollo autogestivos, en los que las comunidades puedan organizar su producción, comercialización y gobernanza territorial. Lo importante es que no se trata de replicar modelos, sino construir alternativas desde adentro, en consecuencia “la Universidad acompaña, pero no dirige; apoya, pero no sustituye”, consideró.

Aunque la mayoría de los proyectos han tenido lugar en el sur del país, se han explorado rutas en el norte y el centro. Ahí, el escenario es distinto: propiedad privada más extendida, menor cohesión comunitaria, fragmentación del tejido social y mayor presencia industrial.

“En la Ciudad de México, por ejemplo, hay más prácticas colectivas en Xochimilco que en Azcapotzalco, eso dice mucho sobre cómo se distribuye el tejido social en el territorio”, aclaró el doctor Ramos García.

La participación del alumnado ha sido clave. “Les decimos: no es una materia más, es una experiencia formativa que puede cambiar la forma en que ven el mundo; algunos incluso se han quedado en las comunidades, asesorando o liderando iniciativas”.

Pensar a futuro implica imaginar cómo consolidar estas experiencias; por ello, es fundamental convertir el trabajo comunitario en una línea transversal para todas las licenciaturas, formalizarlo como política institucional y articularlo con los planes municipales, estatales y nacionales de desarrollo.

“La UAM está llamada a mostrar que existen otras formas de vivir, producir y convivir. Es urgente que los conocimientos de las comunidades originarias sean estudiados con respeto y seriedad, debido a que ya no podemos permitir el epistemicidio”, puntualizó.